sábado, 29 de noviembre de 2014

Erase un silencio inmerecido.

Dos años, o tal vez tres… En ese momento mi memoria no era capaz de ajustarse al lapso temporal, ni tampoco a la cantidad de imágenes que la bombardeaban sin piedad. Había pasado tiempo, entendía que el tiempo necesario… sabía que no él suficiente.

Arbitrario destino el que me condujo tan cerca de ti, o tan lejos… No tenía claro si seguías viviendo en la misma casa, aquella casa en la que de alguna forma había empezado y acabado todo, las paredes de las dudas, de los relojes parados, de los arrepentimientos saltando al vacío por la terraza, el lugar donde creíamos haber sido tanto, donde fuimos tan poco.

Aparqué el coche, justo en el punto estratégico donde había permanecido otras veces, pudiendo controlar incluso si salías a fumar al balcón, pero irreconocible desde la distancia que nos separaba. Esperé allí, desdibuje el tiempo en mi reloj hasta crear una imprecisión de minutos que se convirtieron en horas.

Había soñado que sería sencillo, necesitaba conocer un pellizco de tu nueva vida, dentellar un trozo de mi corazón con una de tus sonrisas, transmitirte con la mirada todo aquello que nunca supe cómo decirte pero que el tiempo me había ayudado a comprender.

Había gastado dinero que no tenía en gasolina, desperdicié el tiempo de otros esperando reunir el valor necesario para tropezarme a propósito contra ti, cara a cara… Y justo antes de un choque forzado a propósito entendí que no era necesario, que estaba presionando algo que mi corazón había desabrigado antes de que empezara el frio.

No hay comentarios:

Publicar un comentario