Te encontré sentada, con la
mirada pérdida ante la inmensidad del mar. La humedad se había aferrado fuerte
de la mano de la brisa y jugaban con tu pelo de una forma que solo permitía
desatar mi admiración.
Sabía que te iba a encontrar
allí, había observado otras veces que cuando necesitabas pensar, respirar,
tranquilizarte… bajabas descalza las escaleras que llevaban hasta la playa, te
sentabas en la arena, llenabas tus puños con ella y la dejabas esparcirse poco
a poco entre tus dedos, para ti era todo un ritual, tu respiración encontraba
el patrón de normalidad que había abandonado cuando las cosas no habían salido
como tu esperabas.
Repetí el camino que momentos
antes habías dejado marcado con tus huellas, me situé a una distancia
prudencial en la que podía asegurarme de que todo estaba bien pero sin invadir esa
soledad que es a veces tan necesaria como inexistente. El sol me echó una mano,
contrajo al máximo tus pupilas y pude fascinarme en como el mar copiaba su
color del de tus ojos.
En ese momento, y a pesar de que había
intentado ser absolutamente silencioso, te diste cuenta de que estaba allí, no te había dejado sola… Quiero creer que para ti fue importante, tu
sonrisa volvió a iluminar mi vida como lo hacía de costumbre, sin suponerle
coste o esfuerzos adicionales, fue ese día, en ese preciso instante, en el que
entendí que teníamos que estar juntos toda la vida, sin ti nada sería lo mismo,
no seríamos los mismos.
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