sábado, 19 de octubre de 2013

Erase café con sal.

Te encontré sentada, con la mirada pérdida ante la inmensidad del mar. La humedad se había aferrado fuerte de la mano de la brisa y jugaban con tu pelo de una forma que solo permitía desatar mi admiración.

Sabía que te iba a encontrar allí, había observado otras veces que cuando necesitabas pensar, respirar, tranquilizarte… bajabas descalza las escaleras que llevaban hasta la playa, te sentabas en la arena, llenabas tus puños con ella y la dejabas esparcirse poco a poco entre tus dedos, para ti era todo un ritual, tu respiración encontraba el patrón de normalidad que había abandonado cuando las cosas no habían salido como tu esperabas.

Repetí el camino que momentos antes habías dejado marcado con tus huellas, me situé a una distancia prudencial en la que podía asegurarme de que todo estaba bien pero sin invadir esa soledad que es a veces tan necesaria como inexistente. El sol me echó una mano, contrajo al máximo tus pupilas y pude fascinarme en como el mar copiaba su color del de tus ojos.

En ese momento, y a pesar de que había intentado ser absolutamente silencioso, te diste cuenta de que estaba allí, no te había dejado sola… Quiero creer que para ti fue importante, tu sonrisa volvió a iluminar mi vida como lo hacía de costumbre, sin suponerle coste o esfuerzos adicionales, fue ese día, en ese preciso instante, en el que entendí que teníamos que estar juntos toda la vida, sin ti nada sería lo mismo, no seríamos los mismos.

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