Antes de levantarte te giras en la cama, ella está a tu lado, todavía duerme, mejor dicho, se hace la dormida, espera una promesa hecha a tiempo y prorrogada de por vida, y es por eso que sonríes, porque las cosas, por raro que parezca, siempre pueden ir peor.
- Buenos días Princesa - dices susurrándole al oído.
Hace un ligero movimiento y se refugia debajo de la sabana, ella siempre tiene frío, se acurruca un poco más y apoya la cabeza en tu pecho. La abrazas, porque te da igual esperar unos minutos más... cuando se cumple el tiempo prudencial y antes de que reproches que todavía siga en la cama se gira una vez más, se tapa la cabeza con la almohada y finge no escuchar lo que dices.
Y vuelves a sonreír.
Acomoda otra vez la situación a su antojo, realiza la pausa justa para dejar ver un ojo por debajo de la almohada antes de que diga nada, intenta reconocer en mi algún pensamiento o sentimiento del que no ha sido capaz de percatarse con mi silencio.
- Te quiero tonto.
Y sonríes una vez más.
Intentas abrazarla y jugar con ella para que se levante, se escabulle con una gran facilidad entre las sabanas, la sigues, la buscas, la pierdes, la vuelves a encontrar...y siempre hay un momento fortuito en el que tu cara y la suya quedan enfrentadas, la besas, la desnudas, y es entonces cuando crees que soñando si que se puede arreglar el mundo.
Y la sonrisa ya no se te puede ir de la cara.
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