sábado, 10 de diciembre de 2011

Restos de olor a café.

- No, espera... Ahora me toca pagar a mí el café. ¿Le apetece un cruasan para acompañarlo?
- Le aceptaré el cruasan, pero entiende que solo por ser las fechas que son. Bueno, por eso y por que no he desayunado, para serle sincero.
- Es usted un cara dura.
- Déjese de formalismos y dígale a esa camarera, que mira usted con cara de tonto, que lo pase por la plancha, con el frío que cae fuera, si no tomo algo caliente, y ya que con el café de antes no ha sido posible, se me van a enfriar las ideas.
- Siempre será usted de ideas calientes.
- De este local, lo más caliente no son mis ideas, créame amigo, se que no me equivoco.

Aproveché que mi acompañante se levantó de la silla e intenté ordenar cada una de las palabras que minutos atrás habían salido de mi chistera, ahora llegaba el momento crucial de la conversación, y para que mi amigo, mi alumno, o como quiera el llamarse no quedara defraudado y descontento con la vida, tenía que buscar en el baúl que en los últimos meses se había convertido mi imaginación, algo bueno, real y que le invitase, como siempre, a soñar.

- Ya estoy aquí, sigamos pues con la historia de su vida.
- ¿Mi biografía?

En ese instante una mujer joven, que no debía sobrepasar los 30 años y que los dos, mi amigo con la boca abierta y dedicándole seguramente, la que fuese, fuere y sea una de las mejores caras de gilipollas y yo con disimulo, pero sin apartar un ojo de encima de ella, reconocimos como la camarera del local, se acerco a la mesa para agasajarnos con lo que minutos atrás habíamos pactado pedir en la barra y convenido en pagar de antemano.

- ¿Y el señor no quiere un café para acompañar al cruasan?
- Créame señorita, lo mejor del café, es el olor que se queda en la taza, justo en el momento en que la última gota se ha suicidado por la garganta.
- Comprenda usted, que el olor del café cuando se acaba, no es lo que a mi me hace ganar dinero.
- Pero seguro que le gusta encontrarse, cuando va a dormir, con el olor de ese hombre que tanto quiere y que tantos quebraderos de cabeza le ha dado, en su almohada...¿O me equivoco?
- ¿Está usted comparando el amor con el café?
- Los dos excitan a partes iguales - dije mientras la camarera se alejaba buscando algún argumento para rebatir la información que acababa de crear un cortocircuito en su cerebro.

- Por lo cara que hace, me está usted recordando a Edipo, ¿no ira a matarme para poder conversar a solas con esa bella dama?
- Claro que no, todavía me faltan muchas cosas por aprender de usted.
- Está bien...¿Quiere usted que le cuente entonces, por qué mi historia, mi cuadro, o lo que sea que yo quiera hacer con mi vida solo ocuparía un folio, verdad?
- Entre tantos vaivenes y conversaciones subliminales ya me tenía usted descentrado.
- ¿Y si le digo que tendrá que esperar?
- Si sirve para que volvamos a este mismo lugar...
- Entiendo pues, y entiéndame también usted a mí, que aquí va una revelación similar a la que Moisés en su día, con una piedra a la espalda reveló al descender del monte Sinaí.
- Sorpréndame.
- Porque en un folio, se puede escribir muchas veces...el nombre de una misma mujer.


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