jueves, 15 de diciembre de 2011

Corto de café y con sacarina, por favor.

Sin dudarlo un segundo acerqué el puntero del ratón al lugar correcto de la pantalla; "enviar". 
Con un solo clic de mi dedo indice el correo volaría hasta su bandeja de entrada (quien sabe, y todavía me pregunto, si lo hizo o no hasta la carpeta de correo no deseado y por eso que nunca supe nada de ella...) y sin dejar pasar más minutos apreté el botón con una rabia que no era propia en mi, que no había reconocido mientras escribía el mensaje, y, que me hizo dudar una vez más, si mi estado mental finalmente iba a declinar la balanza hacía la enfermedad o hacia la anormalidad atípica especial (como a mí me gustaba llamarle por aquel entonces).

Acto seguido bajé la tapa de mi portátil y apagué la lamparilla que estaba alumbrando mi estudio a las tres y media de la mañana. Apagué el botón rojo que hacía de semáforo debajo de la mesa, dejando o no pasar la corriente eléctrica a mi antojo y capitaneado por una regleta que una vez fue blanca, pero que tanto el tiempo como la suciedad habían decidido echarle un pulso. Muy bien saben ustedes, que dos contra uno...

Quité las cosas de encima de la cama estableciéndolas en un orden anárquico encima de la silla y me lancé a la cama con los ojos como platos, en ese momento el café que hacía unas horas había deleitado mi paladar y perjudicado mi bolsillo en el Starbucks, y que me habían vendido como "el café más solidario" aprovechando que era Navidad y que a uno se le atonta el alma y siente la necesidad de hacer el bien cuando se pasa los 350 días restantes del año siendo un hijo de mala madre, había ganado la guerra contra Morfeo, y decidió, por lo menos, esperar unas dos o tres horas para dejar que yo, fiel admirador de la mitología Griega y en especial de Afrodita (a pesar de que esa noche no me acompañaba ni caldeando el ambiente, ni calentando la cama) sucumbiera rendido a los brazos de los sueños.

No me importaba en exceso esperar todo ese tiempo, recordé justo en ese instante una cita que había leído días atrás y que intuí como anillo al dedo, como zapato a Cenicienta o como Sancho Panza al Quijote, esencial para comprender, lo que tal vez, fuese mi camino, mi destino, o la historia  que a día de hoy, todavía no he sabido escribir.

"Nos hicieron creer que cada uno de nosotros es la mitad de una naranja, y que la vida sólo tiene sentido cuando encontramos la otra mitad. No nos contaron que ya nacemos enteros, que nadie en nuestra vida merece cargar en la espalda, la responsabilidad de completar lo que nos falta".

Buenas noches.


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